Con un show agotado en unas pocas horas, Wos hizo delirar a sus fans en el Luna Park. Viaje al centro del último fenómeno musical de la década. Las luces de un túnel de Buenos Aires a toda velocidad, borrosas. El sonido de un motor que se pone en marcha como el del arranque de “Tarea Fina” de los Redondos.
La muerte no existe y el amor tampoco, de Fernando Salem, basada en Agosto de Romina Paula, dispara recuerdos sobre el desarraigo y la pérdida. Hay que viajar 2.740 kilómetros, un día y cuatro horas en micro, para ver cómo sacan el cajón de Andrea del cementerio, para recibir los restos de Andrea en forma de polvo, para cargarlos en los brazos y dejarlos caer en algún lugar que signifique.
Los mellizos Charlotte y Alex construyen sus personajes autoparódicos en Caniggia Libre, el reality show de MTV que lidera el prime time del cable. Una mano con un guante blanco sostiene una bandeja de metal mientras otra levanta la tapa redondeada y descubre dos chorizos. Los revela, los muestra, los pone ahí en la televisión para que nos incomodemos, porque cómo íbamos a saber que ahí abajo había dos chorizos brillantes de grasa.
La música tropical tiene nueva princesa: Rocío Quiroz, cosecha 1995, llegó para comerse el mundo con un estilo único que le habla a su generación. Vayan al bar —dice un hombre de seguridad, con sobrepeso, vestido de negro, mientras se mete en la boca el último pedazo de un pancho—. Cuando llega, Rocío siempre va al bar— dice y se sacude unas migas que cayeron en su remera.
Es cierto que nada vuelve porque nada recupera su forma anterior, pero las Bandana, como cuando tenía 12, siguen generando encantamiento. Allá, bien al sur de la Argentina carente y caótica del 2001, una mamá compra el CD de Bandana para sus hijas de nueve y doce años. Sí, para las dos. El CD se llama Bandana y tiene en tapa a las cinco ídolas del momento con vestidos blancos y amarillos posando sobre un fondo azul.